jueves, 15 de enero de 2009

La escuela ¿contra el mundo?

Estas navidades estaba hablando yo con mi cuñado sobre educación. Él decía que cree que el sistema educativo es incapaz de motivar a los niños y hacer que se diviertan a la vez que aprenden, y que quizá las nuevas tecnologías podrían cumplir esa función. Yo decía que aprender no siempre es divertido, y que lo peor que puedes hacer es intentar venderle la moto a un chaval de que no va a tener que esforzarse para aprobar la asignatura en todo el curso, porque si no eres honesto con ellos y les dejas claro que hay un mínimo que tienen que cumplir, terminan por no confiar en ti como profesor.

Ahora mi cuñado me ha mandado esto. Se trata de una estrevista a Gregorio Luri, un profesor de filosofía catalán, a raíz de un libro que ha escrito. Por lo que se ve el libro, que se llama L'escola contra el món, trata estos temas y también otros, como el de si la escuela responde a las demandas del mundo actual (o sea, el entorno, tema de este blog y de nuestro grupo de trabajo). Éste es el link de la entrevista, que os copio también a continuación. A ver qué os parece:

“L’escola contra el món”

Por Diego Giménez | Entrevistas | 17.11.08


Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona y Premio Extraordinario de Doctorado, fue profesor de Filosofía en la UNED de Barcelona y en la Escuela Superior de Diseño de Sabadell. Coordinador del volumen La razón del mito (2000), es autor entre otros textos de El proceso de Sócrates (1998), Prometeos. Biografías de un mito (2001) y Guía para no entender a Sócrates (2004). El próximo lunes presenta L’escola contra el món, un libro en que Gregorio Luri se desmarca de los tópicos que alrededor del mundo de la educación.

¿Cómo emerge “L’escola contra el món”?

Me tuve que jubilar, por cuestiones de salud, el 1 de septiembre del curso pasado. Pocos días después recibí una carta del “conseller d’Educació” en la que me manifestaba su agradecimiento “por toda una vida profesional dedicada a hacer crecer a nuestros chicos y chicas en el pensamiento, en la reflexión, en el espíritu crítico y en la creatividad”. Al leerla me pregunté cómo sabía el Señor “Conseller” que yo no había sido un inepto. ¿Cómo podía saber si compartía su visión sobre mi trabajo? La carta me anunciaba también un regalo que recogí enseguida. Resultó ser un libro, titulado La educación en Cataluña. Salvador Cardús firmaba el último artículo afirmando que, respecto la escuela, “El malestar se va extendiendo”. ¿Hacía falta tomarse esto como una imputación? Reflexionando sobre estos temas tomó cuerpo el libro.

¿En qué momento se encuentra la educación hoy?

La carta del “Conseller” nos orienta. Me agradece que haya estimulado el crecimiento del pensamiento crítico, la reflexión y la creatividad de los jóvenes catalanes, pero no me explica por qué estos valores son más importantes que, por ejemplo, la lealtad, la disciplina y la responsabilidad, ni tampoco porqué no parece conceder ninguna importancia a los contenidos que haya podido impartir a lo largo de mi vida profesional. No parece importar si los alumnos que han estado bajo mi responsabilidad, cuando acaban la enseñanza obligatoria, son capaces de situar el Danubio o Moldavia en un mapa de Europa, si están capacitados para hacer cálculos mentales mínimamente complejos o si dominan algo más que un vocabulario de estricta subsistencia. Este desequilibrio define el estado actual de nuestra educación con precisión.

¿Cómo ha vivido el paso de la escuela moderna a la posmoderna?

En la escuela tradicional, con todos sus defectos, había una cosa clara: que “enseñar” era un verbo Transitivo. En la escuela posmoderna, lo realmente importante no parece ser que hay que saber, sino como fomentar la reflexión, el espíritu crítico y la creatividad del alumno, con lo cual la autonomía del aprendizaje se ha impuesto a la heteronomía de la enseñanza. Pero no está nada claro que la autonomía sin orientación pueda conducir a la adquisición de los conocimientos que un joven necesita para poder cursar sus estudios universitarios con una base de competencias lo suficientemente sólida. La confluencia de una concepción pedagógica basada en la centralidad de la autonomía del niño con las ideologías individualistas modernas y el fomento creciente del consumo ha propiciado la aparición de un “clientelismo” pedagógico por parte de unas familias que entienden que su relación con la escuela es similar a la que mantienen como clientes con las empresas de administración de servicios.

¿Estamos en tiempos de relativismo y escepticismo moral?

Sí, y por lo tanto, de desorientación. Para ser más libres hemos creído posible renunciar a la dictadura de los criterios orientadores. Incluso se alaba la liquidez como un principio positivo y se sospecha del arraigo (y de las convicciones) como una rémora que nos incapacita para la constante adaptación a no se sabe bien qué.

¿Se ha perdido la autoridad del maestro o profesor?

Se ha convertido en uno de los dogmas de la pedagogía (post) moderna la tesis de que el alumno debe ser el centro de la actividad pedagógica. Es una tesis discutible. En una auténtica relación pedagógica el centro nunca está ocupado por el alumno, sino por la autoridad del maestro, capaz de ganarse la atención de la clase y de organizar la relación del alumno con los contenidos de aprendizaje. Tal es así que si el maestro no tiene autoridad, difícilmente hay aprendizaje. Evidentemente estoy hablando de autoridad, no de arbitrariedad o de fuerza. La autoridad docente es la capacidad del maestro para hacer presente el conocimiento relevante y facilitar su asimilación por parte del alumno. Si la escuela tiene convicciones sobre lo bueno y lo malo, por muy partidario que sea dejar que el niño se exprese, no valorará de la misma manera todas las manifestaciones de su espontaneidad. Estimulará algunas y en reprimirá otros. Ningún maestro digno de este nombre permitiría la libre expresión de las capacidades del niño para la mentira, la hipocresía o la violencia. La autoridad del maestro se encuentra en el centro siempre que el maestro tenga convicciones. Donde no hay autoridad, normalmente lo que falta son convicciones.

¿Qué es la educación de la responsabilidad y de la frustración?

Dice Homer Simpson que “si cuesta mucho hacer algo es que no vale la pena hacerlo”. Reconozco que soy un ferviente seguidor de los “Simpson”, pero no me gustaría mucho que Homer fuera el maestro de mis hijos. Educar a un niño cuesta mucho, y a veces nos sentimos desorientados, pero los padres que quieren a su hijo no lo abandonan a su propia impulsividad, porque en este caso sería incapaz de conquistar la postura vertical o de hablar una lengua. Tal vez una cultura a gatas que se exprese a gritos sería una cultura magnífica, pero por ahora no me veo capaz de renunciar a mis prejuicios a favor de la verticalidad y del lenguaje articulado. Reprimir los caprichos injustificados de los niños no les hace más infelices. Y en cambio la falta de normas y de límites infranqueables los empuja a ser caprichosos e intratables. La incapacidad para hacer frente a pequeños conflictos anuncia la incapacidad para hacer frente a conflictos graves, por la misma razón que aplaudir la “trastada” de un hijo mal educado significa reforzar su falta de urbanidad. Tampoco podemos pretender argumentar siempre nuestras decisiones o poner a votación todas las normas de la casa. No todo se puede argumentar. Los argumentos no les hacen ni frío ni calor a los chantajistas emocionales y dictadores con pantalones cortos. La norma estricta e incuestionable también tiene mucho sentido, especialmente cuando es respetada de forma ejemplar por los mismos padres. Convencer a un adolescente pletórico de energía que no siempre sabe lo que es mejor para él, y que a veces tiene que reprimir sus impulsos y sacrificar su satisfacción inmediata en interés de su futuro, no es fácil. Pero pretender hacer crecer los hijos en un mundo ficticio sin conflictos donde su ingenuidad no se vea expuesta a la complejidad de la vida no es una prueba del amor de los padres, sino de sus miedos. Me parece que fue Beckett quien se propuso como ideal de vida “fracasar, volver a fracasar y, después, fracasar mejor”. Yo no formularía mi ideal de esta manera, pero reconozco mi simpatía por el filósofo Diógenes, que a veces se pasaba largos ratos discurseando con las estatuas de Atenas para “ejercitarse en fracasar”. No es que el fracaso me parezca especialmente atractivo, pero, ya que es un compañero de viaje, vale más aprender a tener allí tratos sin muchas gesticulaciones. Los méritos de una persona no se miden únicamente por sus éxitos, sino también por su capacidad de levantarse cuando cae. A esto me refiero cuando defiendo la necesidad de educar en la frustración.

¿Cuál es el papel de las nuevas tecnologías en la educación?

Lo primero que hay que tener claro es que la escuela ya no está en condiciones de decidir si acoge o no las nuevas tecnologías. Las nuevas tecnologías forman parte de nuestra vida cotidiana y han venido para quedarse. La escuela debe aprender, en todo caso, mantener una relación natural con ellas, lo que no es fácil, por diferentes razones. En primer lugar porque ponen herramientas de un potencial extraordinario en manos de personas muy diversas. El profesor creativo hace maravillas, mientras que el falto de creatividad se siente cada vez más medido por el potencial tecnológico. En segundo lugar porque los adultos hemos tenido que emigrar a un mundo digital habitado por unos nativos que son nuestros hijos. Esto implica que a veces un alumno está más capacitado que su maestro para hacer uso de las nuevas tecnologías. En tercer lugar porque la inmensa (y creciente) cantidad de información que las tecnologías de la información nos hacen accesible, nos sitúa ante la imposibilidad de la selección crítica de los contenidos, por lo que o bien nos dedicamos a movernos al azar (que es lo que hacen muchos internautas) o confiamos en filtros, es decir, en instituciones serias que me puedan orientar. En un futuro próximo el ignorante será aquel que no pueda confiar en ningún experto que le pueda filtrar la información relevante. Aquí se encuentra un reto inmenso para la escuela. En cuarto lugar aparece un elemento psicológico muy importante. Parece que los jóvenes que han crecido con las nuevas tecnologías (los nativos del mundo digital) han desarrollado un tipo de atención específica, muy abierta, que es capaz de atender a diferentes experiencias hora (ver la tele, hablar por el móvil, Jugar con la consola, escuchar música, etc), pero tienen muchas dificultades para mantener la concentración sostenida en una única actividad. Como la herramienta fundamento de la educación de la atención sostenida es la lectura, el texto se presenta cada vez más como un complemento imprescindible del hipertexto.

¿Qué se debe pedir a los alumnos?

Confianza en los padres y los maestros

¿Qué se debe pedir a los padres?

Confianza en ellos mismos

¿Qué se debe pedir a los profesores?

Exactamente lo mismo que a los padres.

¿Qué encontrará el lector en “L’escola contra el món”?

La preposición «contra» del título puede tener diferentes sentidos, que son los que intento poner de manifiesto en el libro. La escuela puede posicionarse contra el mundo cuando ignora la realidad y se muestra incapaz de proporcionar las herramientas indispensables para la competición social que hay en la calle; cuando educa a los alumnos en unos valores que ponen en cuestión tanto el esfuerzo como la jerarquía y la selección, cuando hay un desacuerdo grave entre lo que se enseña en las aulas y lo que la sociedad pide. Se sitúa contra el mundo cuando no se atreve a aspirar de verdad a la excelencia y desconfía de la meritocracia; cuando vive pendiente de unos discursos que hace tiempo que han dejado de tener eco social o cuando confunde la pedagogía con una terapia contra los males de la vida humana, sin darse cuenta que una vida sin frustraciones va en contra de ella misma. La escuela se posiciona también contra su comunidad cuando confunde al alumno con un cliente y el conocimiento con el entretenimiento. Para cumplir fielmente su misión, es posible que la escuela tenga que navegar a menudo contracorriente. No hay que dejarse arrastrar por aquellas psicologías y filosofías que hacen de la frivolidad un principio y menospreciar el rigor, el esfuerzo y la educación del carácter.

1 comentario:

Marisa dijo...

¿Quién nos agradece nuestro trabajo? Espero ser capaz de encontrarme reconocida por los alumnos, familias y compañeros y no tener que esperar a jubilarme.

Pero, ¿estamos en contra del mundo? Pues sí, en el mismo momento que enseñamos a pensar